La relación que existe entre el estrés y la fertilidad es un tema que ocupa a los especialistas de fertilidad. En primer lugar, porque el estrés no es un síntoma fácil de estudiar -resulta complicado averiguar cuáles son sus causas durante una consulta ordinaria- y, en segundo lugar, porque el acto médico en sí mismo es una causa de estrés para la mayoría de los pacientes.
En una situación de estrés, nuestro cuerpo libera un conjunto de hormonas, neurotransmisores y citoquinas que son capaces de alterar nuestro equilibrio biológico. Cuando se sufre mucho estrés, el cuerpo humano libera adrenalina. Esta hormona permite que el cuerpo redistribuya el flujo sanguíneo, dirigiéndolo en mayor medida hacia los órganos encargados de prepararnos para huir y, a consecuencia de esto, reduce el riego sanguíneo en órganos no esenciales, como el útero. Un menor flujo sanguíneo en este órgano se traduce en un endometrio menos receptivo.
Por otra parte, cuando el estrés se vuelve crónico, se produce la liberación de cortisol en el torrente sanguíneo. Esta hormona también puede tener un efecto negativo en la reproducción, ya que altera el metabolismo de las hormonas sexuales y, con ello, la receptividad del útero a un embrión que quisiera desarrollarse.
Por último, hay estudios que sugieren que el estrés también puede alterar el comportamiento de nuestro sistema inmune, induciendo estados de hiperinmunidad o inmunosupresión, que también tendrían consecuencias en el éxito y el desarrollo de un embarazo.