Los fármacos anticonceptivos se caracterizan por una doble función inhibitoria en el aparato reproductor: a nivel ovárico bloquean la ovulación (si no hay óvulo, éste no se puede unir al espermatozoide en la trompa de Falopio para formar un embrión), y a nivel uterino atrofian el endometrio para que, en caso de existir un hipotético embrión, éste no se implante.
Además, hay que destacar que el efecto de los anticonceptivos es transitorio, de manera que su efecto inhibidor sólo existe mientras se está tomando el fármaco, y no por más tiempo.
Así, este tipo de medicamentos han sido ampliamente utilizados para evitar el embarazo no deseado, pero entro otros de sus usos, está ayudar a regular los ciclos en aquellas mujeres con reglas irregulares o en pacientes con amenorreas prolongadas.
Por tanto, los anticonceptivos también se utilizan en tratamiento de reproducción asistida. No se emplean en el 100% de los ciclos, pero sí que tienen cabida en aquellas mujeres que presentan ciclos irregulares o que necesitan una planificación más exacta del tratamiento (fecha de inicio de la menstruación, fecha de punción ovárica o fecha de transferencia embrionaria).
Cuando a la paciente en tratamiento le viene la regla, se le realiza una ecografía para confirmar el estado del útero y los ovarios. Se pauta anticonceptivo desde el primer, segundo, e incluso tercer día de sangrado. Normalmente se utiliza unos 12-14 días, pero hay casos en los que es preciso prolongarlo más tiempo, incluso varias semanas.
El objetivo del fármaco es bloquear la función natural del ovario, que se confirma mediante ecografía y/o analítica hormonal, y tenerlo “en reposo” para empezar en cualquier momento el tratamiento.
Pasados los días necesarios, se retira el anticonceptivo y, tras un período de lavado de aproximadamente 5 días, se iniciará la estimulación ovárica controlada con gonadotropinas vía subcutánea. Para ello se puede realizar ecografía de control, aunque no es absolutamente necesario.
